viernes, 28 de noviembre de 2008

Las benditas ausencias...

Un amigo me decía el otro día que "benditas las ausencias" de su padre que rozaba las ocho décadas de vida...
Hablábamos de la pérdida de facultades, físicas y no físicas, que nos alcanzarán a todos en algún momento (si es que no nos han alcanzado ya diariamente desde la cuna, como opinaba Quevedo de la vida como un tránsito de la cuna a la tumba y transido de tristeza...ya sabemos, el pesimismo barroco); también hablábamos de esa dificultad que están interiorizando nuestras sociedades para ver lo que les rodea que parece hacerse transparente, la pobreza, la infancia, los ancianos. Acabo de leer, por fin, un libro precioso de Muriel Barbery, cargado de sensibilidad y elegancia, sobre la necesidad de ocultarse que tienen algunos espíritus no comunes para no exponerse a los demás y proteger su vulnerabilidad del juicio ajeno y, por otro lado, cargado de estulticia... La elegancia del erizo es un libro entrañable, ¿triste? no, fundamentalmente, lógico y cartesiano, racional: para que alguien viva alguien tendrá que morir en la literatura desengañada de este siglo XXI como en la del XVII.
Y de repente, me he ido a Julien Sorel (¿será la hermandad entre los autores franceses?) y me ha parecido el contrapunto más interesante a la dualidad de los personajes del libro de Barbery... él, el arribista, sólo busca despuntar, situarse socialmente... él es el pijoaparte de nuestro flamante Cervantes. Sólo desde la picaresca y la novela del XIX entendemos a Marsé y la dificultad de ascenso social en algunos barrios de Barcelona y lo veo, como veo a Quevedo (¿será la hermandad de la lengua castellana?) lamentándose de esta vida que nos tocó vivir a partir de la segunda mitad del siglo XX en España.
Valga de homenaje a todos ellos.