sábado, 13 de diciembre de 2008

El silencio del final del otoño

Tengo, al final del otoño, a Pablo Neruda en la cabeza... me aparecen sus poemas revestidos de luz dorada, de lluvia amarilla, de brisa fría y con olor a nieve lejana e invierno próximo. Veo las uvas, arracimadas, escarchadas de brillos, tersas y lisas, y junto a su dulzura de tacto la piel del cuerpo amado en una hermosa metáfora continuada hacia la alegoría. Y escucho el susurro de la caricia, los tonos melancólicos de la voz que puede escribir los versos más tristes y todo me lleva al paisaje de estos días... O quizás, es el movimiento inverso... y el paisaje me lleva al poeta. A la "Ciudad Encantada" que es El Dorado de los chilenos, a los pueblos indígenas, al castellano con otro acento y otra vitalidad que se nos devuelve grande, hermoso, sugerente.
Y también viajo hasta los cuadros de Klimt... sin palabras para la pintura y el sentimiento.
Pienso de cuánta hermosura es capaz el ser humano y me animo, frente a las últimas noticias que nos recuerdan una y otra vez que volvemos a estar al borde de la mayor hambruna de la historia de la humanidad, que se violan una y otra vez los derechos humanos en todo el mundo y que el conflicto armado sigue sustituyendo al diálogo entre los pueblos. Este es el silencio crepuscular que soy capaz de mostrar el día de Santa Lucía, patrona de los ciegos, y en la sabiduría popular, las veinticuatro horas con menos luz solar de todo el año. Un silencio, pues, entre las tinieblas.

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